domingo, 8 de julio de 2012

POLÍTICA PARA CIUDADANOS/Columna Semanal

[Esta columna ha recibido 2 Premios Nacionales de Periodismo y ha sido censurada por los periódicos Reforma y El Universal. Después de 2 años de estar fuera de circulación, reaparece por la libre en versión digital. Léala todos las semanas en este blog]

La censura que viene

En el periodismo nacional hay ciertas reglas no escritas muy difíciles de infringir sin salir raspados en el intento. Así, por ejemplo, los articulistas de opinión debemos precavernos de no aludir a otros colegas en nuestros artículos (sobre todo si son del mismo medio) y mucho menos de criticarlos por sus desatinos y desvaríos. En caso de hacerlo, nos exponemos a la censura, a la reprimenda del director del periódico, al despido, a la marginación y, en el mejor de los casos, a la replica con picaporte por parte del aludido y el linchamiento público en bloque (si por desgracia el aludido forma parte de un grupo poderoso). Todo lo cual no hace más que mantener al periodismo, en este caso escrito, estancado, acartonado, impermeable al debate, cuidadoso más de las formas que de los contenidos; en suma, un periodismo cada vez más rezagado con respecto a los avances democráticos alcanzados en otras áreas y sectores, sin auténtica deliberación pública de las ideas y las opiniones.

En México nos negamos a ver que en las democracias modernas el valor del periodismo no se sustenta en un etéreo compromiso con la libertad de expresión (que es mucho más que una conquista para poder criticar abiertamente a los gobernantes y partidos) ni con una pluralidad mal entendida (de hecho, los diarios más famosos del mundo libre no disfrazan sus preferencias ideológicas o políticas como ocurre aquí, pues no tienen necesidad de simular lo que no son), sino por fijar posicionamientos claramente y alimentar y propiciar un debate permanente de las ideas, más allá de lealtades, formas y compromisos. Y por debate entiendo aquí más que la interacción del medio con los lectores mediante internet o las nuevas “redes sociales”, el debate entre colegas de todos los medios más allá de correcciones políticas o reglas inhibidoras. Y con ello no subestimo a los lectores que opinan en las páginas electrónicas de los periódicos cuando éstos lo permiten, sino que critico a los propios medios por filtrar y “seleccionar” arbitrariamente los comentarios, y después despacharlos rápidamente por cuestiones de espacio.

Por otra parte, considerando que muchos políticos profesionales y líderes de partidos saturan las páginas editoriales de los periódicos, el debate del que hablo no tiene nada que ver con los comentarios políticamente interesados, partidistas o proselitistas. De hecho, los políticos profesionales no deberían figurar en los diarios como opinadores, salvo ocasionalmente, pues ellos cuentan con sus propios foros y tribunas. Mantenerlos en los diarios constituye más bien un resabio injustificable del viejo régimen autoritario. Además, nadie los lee, mucho menos sus propios correligionarios (¿o acaso hay algún despistado que revise puntualmente las columnas de Manlio Favio Beltrones o César Nava o Manuel Camacho Solís o Jesús Ortega…?) Claro que no, pues si escriben como rebuznan, para que perder el tiempo leyéndolos.

El debate del que hablo es más bien el de las ideas, cuyo compromiso es con la verdad no con un partido, un debate libre, sin censuras ni miedos de ningún tipo, un debate horizontal entre colegas periodistas, un debate franco, crítico y sin concesiones, un debate comprometido sí, pero con las mejores causas sociales y el futuro de la nación, un debate por y para la democracia y la prosperidad, convencidos de que la construcción de un país también pasa por ventilar y confrontar libremente todas las posiciones y alimentar el espíritu público de la nación con más y mejores elementos de valoración.

La verdad de las cosas es que en nuestros diarios no hay nada parecido, pues nuestro periodismo de opinión, más allá de los pasquines pagados por los políticos profesionales con vocación de editorialistas, es más bien una pasarela de vanidades, de aduladores, de soliloquios estériles, de mafias y grupos que mesen la cuna de las páginas editoriales, de mandarines intelectuales sin escrúpulos, de lealtades y favores, de guardar las formas, de pactos de no agresión (ni te veo ni te oigo, ni me ves ni me oyes). ¿Puede haber algo más retrógrado para una democracia que los periódicos inhiban de facto el debate entre sus opinadores y analistas y que éstos se autocensuren para no sufrir represalias ni ser excluidos del foro? Me temo que no. Pero lamentablemente no hay mucho que hacer, pues además de los obstáculos estructurales, hay algo así como un temperamento nacional muy acendrado culturalmente que nos predispone a la conciliación, a la corrección política, a mantener las formas, a la simulación, algo así como una cultura de la no confrontación, de la zalamería, de la complicidad mutuamente conveniente, del silencio, del conformismo, de no arriesgar nada. Además, somos poco permeables a la crítica. Quien es confrontado casi siempre se toma las críticas como algo personal y no como una reacción a sus ideas, siendo que una opinión es por definición una posición subjetiva sobre un tópico externada para influir en la opinión pública, a condición de que sea debatida y confrontada. En otras palabras, las ideas están para ser discutidas, su autor no entra en el mismo saco, la persona merece todo el respeto, a no ser que lo que se crítica es la congruencia o incongruencia entre el opinador (su trayectoria, su independencia, etcétera) y lo que opina (aunque quizá aquí, me atrevo a especular, está la clave de todo el entuerto, o sea los periodistas no se confrontan entre sí porque la mayoría tiene largas colas que los delatan y que no quieren ver pisoteadas). Y por si fuera poco, cuando al fin emerge tímidamente una crítica en el mar de la conformidad, tampoco pasará nada, pues lo más seguro es que el aludido no se rebajará a contestarle al insolente en turno (no al menos con nombre y apellido), pues sería tanto como concederle un lugar que no se merece en el firmamento de los consagrados, o sea del establishment del periodismo nacional, de los opinadores encumbrados y ahora inquisidores. Con lo cual, volvemos al principio. Aquí no hay debate, sólo silencio; no hay crítica, sólo una complicidad muda y conveniente para todos.

Podría ejemplificar esta historia con mi experiencia personal. Los que me conocen saben que he sido un damnificado permanente del periodismo por no ceñirme a las reglas, por ser políticamente incorrecto, por no pertenecer a ningún grupo, por criticar las ideas de mis colegas, etcétera. Y por damnificado no digo solamente el ser rescindido de un periódico o ver espaciada la periodicidad de mis colaboraciones (cuestiones muy frecuentes en mi trayectoria), sino, por ejemplo, el verme “obligado” a exiliarme del país por varios años por haber criticado las posiciones de los miembros más visibles de una de las mafias intelectuales más poderosas del México de los noventa, el grupo Nexos. Por fortuna, soy muy necio y perseverante y aquí sigo ejerciendo la crítica con valentía y sin buenos modales, desde los márgenes, desde el ostracismo, desde la calle y el espacio público, que es a final de cuentas el único lugar posible de la democracia auténtica, desde la soledad de los impíos, desde la supercarretera de la información, donde también se construye la ciudadanía de nuestros tiempos. Pero al comentar mi experiencia lo único que pretendo es fijar una posición para los artículos que iré publicando en este espacio virtual. Mi objetivo no es otro que exhibir la podredumbre del periodismo en México, develar las simulaciones y las mentiras, confrontar las ideas de mis colegas periodistas, aunque estos no me vean ni me oigan, y mucho menos me respondan. Aquí no se hacen concesiones. La verdad es pública o no es verdad. Allá vamos.

3 comentarios:

  1. César, celebro tu posicionamiento periodístico e intelectual, hay que tomar partido por las causas justas hasta mancharse (parafraseando a G. celaya) pero sin llegar a ser orgánico. Me declaro seguidor de tus colaboraciones, como en twitter. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Tengo poco de seguirte tanto en el twitter como en este espacio y es un deleite leerte acabo de comprar tu libro y seguir aprendiendo de ti, necesitamos mas mexicanos valientes como tu que digan sin tapujos los que otros callan.

    ResponderEliminar
  3. Prof. Cesar Cansino, si Weber estuviera vivo y leyera este artículo tan fantástico, le diría que usted vive para la política. Felicidades Profesor.

    ResponderEliminar