domingo, 18 de enero de 2009

©Samuel P. Huntington, 1927-2008


Recientemente falleció el politólogo estadounidense Samuel P. Huntington, uno de los pensadores más influyentes de las últimas cuatro décadas. Entre sus virtudes está el haber escrito libros visionarios y muy polémicos, llenos de sugerencias imposibles de ignorar por la comunidad intelectual tanto de su país como del resto del mundo. Ya desde su primer gran trabajo, Political Order in Changing Societies (1968) se atrevió a polemizar con la corriente desarrollista en boga, al grado de derrumbar de un plumazo las premisas en las que se sostenía. Posteriormente publicó un libro que abrió una nueva perspectiva para entender los procesos de transición democrática del último cuarto del siglo XX, The Third Wave (1991). Dos años después publicó su libro más polémico, The Clash of Civilizations, en el que pronosticó una nueva era de conflictos entre Occidente y el mundo islámico, cosa que se verificaría después dramáticamente con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Más recientemente, publicó un libro sobre la identidad norteamericana, Who we are?, en el que salía a relucir un Huntington sumamente conservador que proponía preservar la cultura norteamericana de las invasiones que por efecto de la inmigración —principalmente de origen mexicano— contaminaban el ser estadounidense.

De todos estos trabajos y propuestas de Huntington, la contenida en su libro sobre el conflicto de civilizaciones fue la más polémica y premonitoria de la situación que vive el planeta desde el recrudecimiento del conflicto entre Occidente y el mundo islámico. El argumento central de Huntington es que: “La fuente fundamental de conflicto en este nuevo mundo no será primordialmente ideológica ni económica... Los conflictos principales de la política mundial se producirán entre naciones y grupos de civilizaciones diferentes. El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas de separación entre civilizaciones serán las líneas de batalla del futuro.” Para Huntington, los hombres pertenecientes a civilizaciones diferentes tienen puntos de vista divergentes sobre las relaciones entre Dios y el hombre, el individuo y el grupo, el ciudadano y el Estado, los padres y los hijos, el marido y la mujer, así como sobre la importancia relativa de los derechos y de las responsabilidades, de la libertad y de la autoridad, de la igualdad y de la jerarquía. Estas diferencias resultan de un largo proceso que dura siglos y no están próximas a desaparecer.

En su momento, resultaba difícil establecer las razones por las que este y otros argumentos de Huntington generaron tal revuelo. Bien miradas las cosas, se trataba de una propuesta muy aventurada, llena de errores de apreciación y portadora de una concepción ideológica neoconservadora muy clara. En efecto, quizá Huntington tenía razón cuando afirmaba que “la historia, en sus dimensiones más amplias, ha sido la historia de las civilizaciones”, pero de ahí no se derivaba necesariamente que la fuente fundamental de los conflictos del porvenir sería exclusivamente de carácter cultural o religioso.

Pero Huntington va más allá, pues propone una estrategia para que Occidente conserve su liderazgo mundial. La propuesta de Huntington, en la que sale a relucir su clara veta conservadora, consiste en que Europa y Estados Unidos estrechen más firmemente sus lazos a fin de garantizar su influencia sobre todo política. Ello supone, entre otras cosas, controlar la inmigración desde las sociedades no occidentales y reforzar y depurar la alianza del Atlántico Norte. Obviamente, en esta lectura, América Latina sigue siendo una zona de influencia occidentalizada pero no Occidental.

Cabe señalar que las posiciones de Huntington tuvieron una enorme repercusión en la política exterior norteamericana. Asimismo, no deja de sorprender que mientras la filosofía política se ha empeñado en los últimos tiempos en argumentar en favor del multiculturalismo y la integración, Huntington haya mantenido una cruzada por la diferencia y la exclusión. Y sin embargo, la realidad terminó dándole en parte la razón. Los actos terroristas del 11 de septiembre en Nueva York mostraron con crueldad que Occidente estaba en guerra con los fundamentalistas islámicos, que esta nueva batalla marcaría al nuevo siglo y que ni Estados Unidos ni Europa pueden sustraerse de este conflicto so riesgo de quedar arrodillados ante una cultura que desprecia la libertad y considera que llegó el momento de iniciar una guerra religiosa para imponer con la espada la palabra de Mahoma. Por todo ello, Huntington ocupa un lugar destacado en el pensamiento político contemporáneo [Publicado originalmente el 3 de enero del 2009 en El Universal].

sábado, 17 de enero de 2009

©¡Cuba Libre!


Este 2009 la Revolución Cubana cumple cincuenta años de vida. Como tal, sobrevivió a la caída del Muro de Berlín, a la distensión del bloque comunista de Europa del Este, a la revolución capitalista de China y hasta a la revolución institucionalizada del régimen priista. Incluso, la revolución socialista de la isla sigue inspirando nuevos animales políticos, como la revolución bolivariana en Venezuela (el libertador Bolivar ha de estar retorciéndose en su tumba). Pero que la revolución cubana haya perdurado tanto tiempo y haya sobrevivido a tantos muertos, no significa que goce de cabal salud. De hecho, nunca ha estado peor que ahora, aunque sus líderes siguen fabricando un espejismo de bienestar y solidez que a estas alturas ningún cubano es capaz de atisbar ni por accidente. Es el humo de una verborrea necia que ya no alcanza por sí sola a encubrir una realidad que no se puede eclipsar con buenas intenciones. Son los escombros de una revolución que hace mucho dejo de ser revolución, de una utopía que muy pronto se vistió de tiranía, esclavitud y miseria. Son las ruinas de una promesa de futuro que se detuvo el mismo día que triunfo la revolución. Por eso, visitar Cuba es como viajar al pasado, a un tiempo suspendido en 1959. Así lo atestiguan sus calles y edificios, sus autos y camiones, sus escuelas y hospitales... Todo se detuvo, se detuvo el tiempo, se detuvo la esperanza, se detuvo la vida. Por eso, ahora más que nunca, Cuba necesita ser libre.

Sin embargo, me temo que la obstinación de los dirigentes cubanos, pero sobre todo de los hermanos Castro, no nos permite albergar muchas esperanzas. Su disociación de la realidad les impide proyectar una suerte de glasnost para Cuba, pues si la revolución fracasa, ellos también habrán fracasado. Pero he ahí que la revolución ya fracasó y hace mucho. Por eso, todo parece indicar que se avizoran tiempos nublados para la población cubana, que a los anhelos de libertad sobrevendrá una nueva asonada represiva. En efecto, el gobierno “socialista” de la isla sigue acallando a la disidencia con mano dura y sigue dando muestras fehacientes de su profundo desprecio por los valores de la libertad.

De hecho, el gobierno cubano ha ingresado a una etapa demencial en donde la frontera entre la realidad y la fantasía suele confundirse indistintamente. Ya nadie en su sano juicio se cree el cuento “de la amenaza americana” que regularmente utilizan sus dirigentes para justificar su permanencia en el poder. Ciertamente, el bloqueo norteamericano a la isla caribeña debe ser condenado. La comunidad internacional no puede dejar de tomar cartas en el asunto. Pero de ahí no puede inferirse que cualquier crítica o cuestionamiento hacia el gobierno cubano sea identificado inmediatamente como contrario a los intereses de los cubanos.

El gobierno castrista expresa con dramatismo la soledad de todos los totalitarismos. Su esquizofrenia es más que evidente: toda voz es callada, toda palabra es censurada, toda acción es reprimida, menos aquellas, obviamente, que sirvan para legitimar al régimen. El secreto y la mentira han logrado aposentarse en el trono.

Cuba vive hoy un diálogo de sordos. No existe esfera pública; no hay sociedad civil ni tampoco libertades políticas y civiles. En este desierto, sólo es visible el caudillo moribundo, el longevo dictador, con su hueca retórica revolucionaria. El futuro de Cuba está hipotecado a un mesianismo revolucionario que ya no resiste la mínima prueba de la historia.

Ya es hora de acabar con todas las hipocresías, especialmente aquellas que han endulzado la demagogia de ciertas izquierdas. Cuba no es hoy el último reducto de la dignidad, como algunos despistados siguen predicando, sino una de las imágenes más patéticas del siglo XXI. El enemigo de Cuba no se encuentra afuera de sus fronteras sino en sus propias entrañas. La disidencia cubana ha levantado su voz y palabra para advertir al mundo entero los riesgos apocalípticos de este “Alien” del trópico. Esperemos que su mensaje no llegue demasiado tarde [Publicado originalmente el 17 de enero de 2009 en El Universal]