viernes, 23 de marzo de 2012

Crimen de Estado






Hoy, 23 de marzo de 2012, que se cumplen 18 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, reproduzco íntegro el artículo que al respecto publiqué en el diario Reforma el 24 de marzo de ese año, y que junto con otros artículos me valieron el Premio Nacional de Periodismo de 1995. Considero que lo entonces dicho sigue siendo vigente

El artero asesinato de Luis Donaldo Colosio es a mi juicio un crimen de Estado. Ciertamente es prematuro aventurar cualquier hipótesis sobre los móviles y los responsables intelectuales de este asesinato. Con todo, me atrevo a sostener que mientras persista este régimen político los mexicanos nunca sabremos la verdad de este trágico episodio del México finisecular. Seguramente escucharemos mil versiones y se abrirán mil indagatorias y se inventarán mil historias, pero la verdad se la llevará a la tumba un puñado de asesinos, de hombres del poder que se saben inmunes e intocables. Un crimen de Estado es un secreto de Estado. Para una élite poderosa no hay límites, no hay escrúpulos. Sólo hay intereses, cálculos fríos para eliminar a los adversarios y comprar el silencio de los cómplices. No importan los medios para lograr los fines. En suma, el asesinato de Colosio quedará envuelto perennemente por una nube de mentiras y artilugios para ocultar la verdad. Lo mismo sucedió con el asesinato de Kennedy en Estados Unidos hace más de treinta años y con otros tristemente célebres crímenes de Estado. Pero ante la ignominia siempre cabe emitir un juicio. Frente a la mentira y el engaño, siempre cabe una verdad pública. Quizá las élites se apresuren a cerrar el caso, pero la sociedad mexicana agraviada lo mantendrá abierto. Es más, emitirá su propio juicio y ahí quedará como una verdad para el futuro, para la historia. Tampoco hay que ser expertos para darse cuenta que en este crimen de Estado operó la mano del narcotráfico, aliado incondicional, aunque bastardo, del actual inquilino de Los Pinos
           
He aquí mi hipótesis. La política en México no puede entenderse cabalmente sin considerar el conjunto de relaciones existentes entre las distintas camarillas o grupos políticos que actúan en el poder. Sin embargo, para un observador externo, no siempre es posible establecer con claridad las características, integrantes, líneas de lealtad, acuerdos, intereses, etcétera, de los distintos grupos presentes en la arena política. De hecho, el grado de protagonismo de estos grupos en la política efectiva depende de su cohesión interna, pero también de la prudencia y/o discreción de sus integrantes, pues mostrar ambiciones a destiempo o actitudes desleales puede significar su virtual desaparición.

En consecuencia, la actividad de las camarillas se realiza en el marco de una compleja red de equilibrios y transacciones informalmente establecidas y compartidas. Sin embargo, por diversas razones, el equilibrio relativo entre los grupos puede romperse, haciendo más visible al observador externo la composición de las camarillas. Existen pues situaciones límite donde resulta evidente el peso real que las camarillas tienen en la política efectiva. Los límites antes ambiguos de cada grupo se tornan más claros cuando los conflictos se exacerban producto de fracturas o divisiones en el interior de la clase política.

En esta lógica, el asesinato de Colosio bien puede ser leído como producto de pugnas y fracturas entre los grupos políticos. Bien puede tratarse de un crimen de Estado con el fin de recuperar el equilibrio entre los grupos políticos, amenazado por decisiones apresuradas o percibidas como perjudiciales por algunos de estos grupos. En tiempos de sucesión presidencial, casi siempre son dos camarillas las que designan al candidato del partido oficial, quien en ese momento asciende junto con su camarilla a las grandes decisiones. En virtud de ello le debe lealtad a las camarillas consolidadas, de las cuales se vuelve cómplice. Así, antes del asesinato de Colosio podíamos distinguir tres camarillas, la de los tecnócratas en el poder, la de los grupos políticos de la vieja guardia y la camarilla emergente de Colosio. Sin embargo, varias cosas no salieron como se esperaban por parte de las élites políticas. De hecho, se rompieron varias reglas no escritas del sistema. En primer lugar, la camarilla de Colosio mostró una temprana rebeldía y un discurso rupturista que bien pudo ser percibido como deslealtad (el célebre discurso de Colosio de principios de marzo). En segundo lugar, la costumbre indica que las camarillas con aspiraciones pero que no son favorecidas por las camarillas consolidadas para ascender a la sucesión presidencial deben aceptar silenciosamente su derrota. Sin embargo, una de estas camarillas en ciernes, la de Camacho, decidió no plegarse, generando una gran intranquilidad y sospechas entre las élites políticas. En estas condiciones, había que tomar decisiones drásticas, para restablecer la confianza entre los grupos y las líneas de lealtad. Huelga decir, que la muerte de Colosio también representa, por obvias razones, la muerte política de Camacho.

En el caso de México, las camarillas políticas siguen siendo los actores centrales en la política activa del país; es decir, la política efectiva descansa más en la actividad de estos grupos, en sus pugnas y acuerdos, que en la competencia partidista o el debate parlamentario. Obviamente, un excesivo protagonismo político de las camarillas es contradictorio con la democracia, por cuanto se alimenta de una concepción del poder como botín o monopolio exclusivo de la clase política. Asimismo, las camarillas reproducen una estructura vertical del poder, por cuanto el ascenso político de los funcionarios depende de la lealtad mostrada y/o de los favores prestados a la cabeza de las camarillas, que en caso de llegar al poder asegura el apoyo incondicional de sus colaboradores cercanos.

Que nunca se sepa la verdad última de estos hechos, pues serán irremediablemente ocultados por las complicidades de los poderosos, no significa que la sociedad no emita su propio juicio público. Y aquí aventuro que la mayoría asociaremos este crimen con el Presidente de la República, hacía él se dirigirán nuestras sospechas y reclamos en el futuro inmediato.

1 comentario:

  1. Pues, doctor, la conclusión de su breve tocamiento del tema, es la misma de todos los mexicanos: El Presidente.
    En lo particular soy un apasionado de “El Príncipe” y el asesinato de Colosio lo veo como una muestra palpable y reciente del maquiavelismo del Príncipe de ese tiempo. Claro está, es una visión muy simple, muy esquemática. Con todo el entramado de las relaciones políticas que usted menciona, ¿qué le parece este comentario del maquiavelismo de Salinas en el caso concreto de Colosio?

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