miércoles, 7 de diciembre de 2011

El deslugar del cambio

Este artículo es una reseña al libro de Carlos Fuentes, La silla del Aguila. Fue publicado en 2004 en El Universal, pero después de la pifia de Enrique Peña Nieto al confundir al autor de este libro, cobra actualidad, por eso lo reproduzco aquí.

Siempre he creído que hay más sabiduría política en una buena novela que en un tratado de ciencia política. El terreno de la ficción, de la imaginación creativa, siempre será más fértil que el del método científico para dar cuenta de la experiencia política. Mientras que el científico aspira a reducir la complejidad del mundo que observa a categorías empíricas impermeables, verdaderas camisas de fuerza, el escritor no tiene más límite que su imaginación y su talento. Así, por ejemplo, la novela histórica o política, es decir, la narrativa que recrea pasajes, personajes o situaciones concretas del pasado o del presente o de un futuro conectado con hechos reconocibles aquí y ahora, no tiene porque ser fiel a los acontecimientos que narra, y en esta lisonja de la imaginación reside su potencial y su superioridad respecto de otras maneras de aproximarse a la vida. Mientras que el científico de la política no tiene más remedio que contentarse, en el mejor de los casos, con lo meramente fenomenológico, la buena narrativa política escarba siempre en la condición humana, es decir, nos pinta mundos posibles, por más lejanos que nos parezcan a primera vista.

Con todo, hay ocasiones en que el dilema del escritor de novelas históricas o políticas no es el de la mayor o menor fidelidad a los acontecimientos que narra si no el de la prudencia o no en el momento de recrearlos en su obra. Y es que, aunque sea una frase hecha, la realidad siempre supera a la ficción. No hace mucho, el laureado escritor Mario Vargas Llosa señaló en ocasión de la aparición de su extraordinario libro La fiesta del chivo, en el que se narra la sangrienta y muy larga tiranía del general Trujillo en República Dominicana, que si en su novela hubiera recreado en detalle los excesos del dictador tropical en el poder, y sobre todo la brutalidad con la que eliminaba a sus adversarios o imponía su voluntad, todos hubieran cerrado el libro horrorizados y exclamado que Vargas Llosa ahora si había exagerado la nota. Como quiera que sea, esta novela desgarradora, pese a la prudencia con la que fue escrita según confiesa su propio autor, ilustra perfectamente lo que he venido diciendo hasta aquí; es decir, que se pueden encontrar más claves para entender la política, o mejor, la experiencia política, la política de hombres de carne y hueso, en la buena literatura que en la ciencia más sofisticada. Quien quiera entender la lógica del poder ilimitado, de la tiranía, bien haría en incursionar en las páginas de esta obra maestra.

Esta premisa vale igualmente para la más reciente novela del extraordinario escritor Carlos Fuentes, La Silla del Águila, en la que se narra una historia de intrigas y ambiciones políticas en un futuro no muy lejano en México, en el 2020 para ser precisos, segundo año sexenal y que marca, según los usos y costumbres políticos nacionales, el inicio temprano de la carrera por la sucesión presidencial, en este caso del 2024. La novela de Fuentes es simplemente genial. Se podrá o no estar de acuerdo con las tesis que proyecta para el México del porvenir, pero por ningún motivo pueden subestimarse o rechazarse por ingenuas o descabelladas. Hay en esta novela no solo los recursos literarios a los que nos tiene acostumbrados su autor como para considerarla una obra magistral: fuerza argumentativa, originalidad para crear la ambientación, la trama y los personajes, pulcritud narrativa, etcétera, sino que también contiene una tesis inquietante sobre el futuro político de nuestro país que amerita la mayor atención.

Sin menoscabo de los aspectos estrictamente literarios de la novela de Fuentes, quisiera ocuparme en lo que sigue de la parte prospectiva de la misma, es decir, del México futuro que Fuentes imagina —o que alguna vez soñó, según confesó él mismo—. Y en este punto he de señalar que esta obra me causó una enorme consternación. Ciertamente, toda obra, al publicarse, deja de pertenecer de algún modo al autor y pasa a ser propiedad de los lectores. Como en cualquier otra experiencia estética, toca a los espectadores o, en este caso, a los lectores deconstruir el texto que nos interpela. Apunto lo anterior porque encuentro una tesis fuerte en la obra de Fuentes que me inquieta, pero no se hasta dónde este hallazgo nace de una intuición mía y hasta dónde habla realmente en ella el autor. El hecho es que el México del 2020 de Fuentes bien puede ser el México del presente, un presente que en buena medida sigue atrapado en las inercias autoritarias del pasado priísta, pero sobre todo es un México que mantiene más rasgos de continuidad que de ruptura con el México de la era priísta.

En el 2020 la lucha por el poder es igual de descarnada y sórdida que en el pasado reciente. Permanecen en el futuro todos los lugares comunes de la cultura política priísta, como si fueran una herencia maldita imposible de sacudirnos. La corrupción y los abusos de autoridad, la deslealtad y los golpes bajos, la impunidad y la conspiración, la línea y la traición, el dedazo y el tapado, el líder charro y el lambiscón, la transa y el trinquete, el chayotazo y la calumnia... Y de repente, en algún momento, en el momento justo, Fuentes atesta su verdad, una verdad que golpea y apendeja: el sexenio panista de Vicente Fox fue un mero accidente en la historia de México, un evento absolutamente contingente que no se repetirá más. En el futuro, después de este experimento inútil, el PRI, o mejor, los priístas, para el caso da lo mismo el nombre del otrora partido oficial, retoman el poder sin mayor dilación. Con los priistas en el poder vuelve la “normalidad” al país, pues el PRI es más que un partido, es una cultura, y aunque nos disguste todos somos en mayor o menor medida priistas, somos priistas como somos guadalupanos.

¿Descabellado? De ninguna manera. La realidad es que el México de la alternancia es el deslugar del cambio. Aquí nadie ha estado a la altura de las expectativas de transformación que se generaron con la alternancia del 2000. Además, si el PRI regresa al poder en el 2006, como anticipa Fuentes, se montará en las mismas estructuras y normas que le permitieron perpetuarse por más de setenta años. Huelga decir que si no se avanza seriamente en la reforma del Estado, si el gobierno de Fox no coge al toro por los cuernos para introducir las reformas estructurales que el país requiere para dar contenido y horizonte a la transición democrática, habrá que vislumbrar con Fuentes un México donde la alternancia fue un accidente y terminó imponiéndose otra vez la vulgaridad política.