Comentocracia versus Tuitercracia
¿De qué tamaño ha de ser el ego
de los intelectuales y líderes de opinión en México —la así bautizada
“comentocracia” o “Círculo Rojo”— que la mayoría de ellos se ha enfrascado en
una guerra de descalificaciones y cuestionamientos a las redes sociales (en
especial Twitter), en las cuales no gozan de buena reputación? ¿Cómo hacerles
entender que si Twitter no los ama la culpa no es de Twitter sino de ellos
mismos, y no por ser líderes mediáticos sino por creer que pueden engañar y
mentir a diestra y siniestra sin ser descubiertos o confrontados?
El punto de inflexión de esta guerra declarada fue
la reacción crítica de Twitter inmediatamente después del penoso traspié de
Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara, quien no supo responder a la
pregunta sobre los libros que lo habían marcado en su vida. Frente a ello, la
primera reacción de los líderes de opinión que venían apuntalando mediáticamente
la campaña del candidato priista fue minimizar el hecho o simplemente ignorarlo.
Así, por ejemplo, Sergio Sarmiento comentó que “El olvido de Peña Nieto no es
más que el reflejo de la ignorancia de los mexicanos”; Ciro Gómez Leyva, por su
parte, señaló que “criticar a alguien por no recordar unos libros es puro
esnobismo”; Mario Marín dijo que “La derrapada de Peña Nieto es fea pero no
determinante”; José Cárdenas comentó que “el problema no es la ignorancia de
Peña Nieto, sino de la sociedad”; mientras que Rafael Segovia dijo que “no sólo
los políticos son ignorantes”. Por su parte, periodistas como Joaquín López
Dóriga simplemente hicieron mutis. Los ejemplos de este proceder son innumerables.
Sin embargo, la estrategia mediática de minimizar o
no darle importancia al incidente fracasó rotundamente. Las redes sociales
siguieron haciendo escarnio del candidato priista y ahora también de los
líderes de opinión que tan descaradamente lo trataban de sobreproteger. La
charada era tan obvia que no había manera de no darse cuenta. Fue entonces
cuando el Círculo Rojo pasó a la ofensiva, o sea pasó de la defensa de Peña
Nieto a la crítica frontal a los tuiteros, misma que no ha cedido terreno hasta
la actualidad. El primero en desenvainar la espada fue Carlos Loret de Mola al
sugerir que había una campaña pagada para pegar a Peña Nieto en Twitter;
posteriormente, Carlos Puig dijo que “La crítica que ha hecho Twitter a Peña
Nieto es una crueldad”; Pablo Hiriart, por su parte, inició los insultos:
“Fantoches los que lincharon a Peña Nieto en Twitter”; y Héctor Aguilar Camín,
los perfeccionó: “Los tuiteros son una masa fanática y autoritaria, unos
pandilleros”.
La guerra de descalificaciones se recrudeció meses
después cuando las redes sociales mostraron su potencial como espacio público,
al generar un gran movimiento social en protesta por la manipulación mediática
a favor de Peña Nieto, la así llamada Marcha #YoSoy132, que ha alcanzado
resonancia mundial. Frente a ello, de nuevo fue Aguilar Camín quien encabezó
las descalificaciones al bautizar a Twitter como “La República del Odio”. Según
Aguilar Camín los tuiteros son “un síntoma del fascismo que hay en México”,
pues “portan sus insultos con una repugnante certidumbre de superioridad moral,
que su lenguaje procaz desmiente”. En una línea semejante, Liébano Sáenz sostiene
que “La República del Odio es una expresión de rencor social… La intolerancia
que la acompaña le lleva al autoritarismo y se recrea en los incondicionales de
su culto. En esta lógica de amenaza, todo se vale si el fin es acabar con el
enemigo”.
A juzgar por estas declaraciones, es evidente que
los líderes mediáticos en México no han entendido varias cosas. Primero, no han
entendido que las redes sociales constituyen la nueva ágora de las
democracias modernas, el lugar donde se construye cotidianamente la ciudadanía
y se definen los valores sociales. En efecto, las redes sociales nos recuerdan
que la democracia no puede edificarse en el vacío, sino en contacto permanente
con la sociedad; son el vehículo moderno que restituye a la sociedad su
centralidad y protagonismo frente a los déficits de representatividad que
acusaba desde hace tiempo. Por eso, si en algún lugar se juega hoy la
democracia, entendida como el espacio público-político donde los ciudadanos
deliberan desde su radical diferencia sobre todos los asuntos que les atañen,
es en las redes sociales, un puente poderoso que pone en contacto en tiempo
real a millones de individuos. Huelga decir que la comunicación que fluye en
las redes sociales es abierta y libre, pues es un espacio ocupado por los
propios usuarios sin más condicionante o límite que su propia capacidad de
expresarse. Y no es que las redes sociales vayan a ocupar el lugar que hoy
ocupa la representación política, sino que la complementa, la estimula, por
cuanto sus mensajes y contenidos ya no pueden ser ignorados por los gobernantes
so riesgo de ser exhibidos y enjuiciados públicamente en estos modernos
tribunales virtuales.
En segundo lugar, no han
entendido que hoy, gracias a las redes sociales, nadie escapa al escrutinio
público. No escapan los políticos profesionales, y tampoco los intelectuales y líderes
mediáticos. Si antes estos podían engañar o manipular sin ser cuestionados, hacerlo
ahora es un despropósito; si antes vivían del oropel mediático en soliloquios
perennes, ahora son observados y confrontados permanentemente; si antes sólo
requerían la adulación de sus pares para creerse dioses, ahora necesitan ser
congruentes para evitar ser señalados. Muchos líderes mediáticos quieren entrar en las redes
sociales, congraciarse con sus usuarios, ser populares, pero no saben cómo
hacerlo, pues los usuarios de las redes no se dejan engañar fácilmente, la
crítica puede ser implacable.
En suma, las redes sociales
reivindican al ciudadano, lo visibilizan frente a la sordina consuetudinaria de
los políticos profesionales, los medios tradicionales y los líderes de opinión
acomodaticios. Las redes sociales ponen a cada quien en su lugar, y si a
veces se exceden al exhibir la pobreza
intelectual, moral y periodística de ciertos miembros prominentes de la comentocracia
es porque estos cosechan en Twitter lo que ellos mismos sembraron.